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  • Esta ruptura en la pluma de un realista en

    2019-04-28

    Esta ruptura en la pluma de un realista, en la Cuba que siguió siendo colonia española y en el monárquico Brasil debía repetirse en las nuevas repúblicas independientes, donde el mundo clásico se convirtió en centro de interés. Para la Nueva Granada contamos con el detallado estudio de Rivas Sacconi, quien nos muestra cómo muy tempranamente (en 1812, es decir en medio de los peligros de la vuelta de los realistas y de la guerra civil) se aprobó un reglamento de educación superior, que consideraba la enseñanza del latín al dejar en libertad sodium channel blocker los docentes para adoptar el texto que creyeran conveniente, les aconsejaba evitar el memorismo y encaminarlos a la traducción de “los autores latinos, escogidos entre los aceptados por todos como clásicos”; muy sintomáticamente, también prescribía impartir “algunos principios de mitología”. Una reorganización más duradera vendría en 1826 (ya terminada la guerra de independencia) y es notable que su autor, José Manuel Restrepo, considerara necesaria “una revolución tan completa” como la realizada en el terreno político, con el fin de demoler el “edifcio gótico” con que otro autor comparaba el sistema de educación existente. Los detalles que da Rivas Sacconi no dejan duda sobre el énfasis en los autores antiguos y no en la erudición clerical, y confirman así el carácter revolucionario que el bastante conservador Restrepo quería imponer en la educación. El otro país donde podemos seguir la cuestión es Chile, donde ya muy tempranamente la defensa de las lenguas antiguas asumía un tono moderno, como en las ordenanzas del Instituto Nacional fundado en 1813, según las cuales “la lengua latina, aunque muerta, abre las puertas al estudio de los mejores libros, es indispensable a los eclesiásticos y su riqueza, pureza y propiedad la han generalizado en todos los países del mundo”. La posterior polémica de Andrés Bello reforzó esta línea de argumentación, ya que defendió el uso de la enseñanza del latín, pero sostuvo su utilidad en los tiempos modernos y bregó por modernizar su estudio. Para él era el latín “el principal sendero que conduce al conocimiento de la antigüedad” y simplificaba la adquisición de las lenguas modernas; los nuevos métodos han facilitado su estudio y la filología ha progresado enormemente. Compuso Bello una novedosa gramática latina, editada por su hijo, e hizo traer profesores franceses (1829). Llegado de Europa, el polaco Ignacio Domeyko notó en Coquimbo la existencia de un liceo fundado por un auverniate que enseñaba latín y francés “con métodos modernos”. Podemos seguir con ejemplos espigados: el plan de instrucción pública del peruano Hipólito Unanue, tras la obligada crítica al antiguo régimen, preveía estudios de “humanidades y filosofía en lengua vulgar entrando después en el estudio del latín los que lo hubieran menester”. En Venezuela se quiso introducir el griego desde 1833. Por doquier se vio la redacción de nuevas gramáticas del latín que sustituyeron la vieja de Nebrija (criticada solapada o abiertamente): las hubo en Cuba y en Chile la que dije de Andrés Bello (1838); en Nueva Granada compiló una Manuel de Pombo (publicada en Madrid en 1821 y en Bogotá en 1825) junto a Polarity otros que reunieron obras menores o editaron autores clásicos o antologías. En Cuba se compilaron poco después dos gramáticas del griego, la de Miguel de Silva (1839) y la de Tranquilino Sandalio de Noda (1840), así como un diccionario, obra de Arturo Franchi Alfaro en 1850. Aparecieron en Nueva Granada las primeras traducciones del latín: si bien se ha dicho que antes eran innecesarias dado el general conocimiento de la antigua lengua, por lo menos debe de haber coadyuvado a la empresa el mayor interés por dicha literatura. Ya sólo las novedades, y el lenguaje usado al proponerlas, trasuntaban la adopción de la ciencia clásica transpirenaica. En sus fuentes la había bebido Miranda, como se vio; ya excelente latinista, Andrés Bello, comenzó el aprendizaje del griego en Londres, a los 30 años. Más específicamente estudió humanidades clásicas en Londres el neogranadino Julio Arboleda en 1830-1831, en los inicios de una larga lista de criollos que buscaron en Europa ese tipo de saber. De ellos emanó una actitud hasta despectiva en relación con la latinidad colonial, visible en el alejamiento de Nebrija, en la adaptación de métodos, manuales, antologías, en la revelación que hacía la gramática de Manuel de Pombo de la pronunciación restituta y más abiertamente en críticas como la que expresaba García del Río sobre la educación colonial, con la cual, “se llenaban nuestras cabezas de frases y versos escritos en una lengua muerta”. Elogiaba, por el contrario, que en la Guatemala republicana el gobierno hubiera hecho traducir del francés un Nuevo método para estudiar la lengua latina, y promoviera un curso de historia según el método de Strass.