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  • Aprotinin Tambi n el n cleo de la novela anterior de

    2019-04-28

    También el núcleo de la novela anterior de Altunaga, A medianoche llegan los muertos, tiene como disparador la crisis del protagonista, pero, mientras en ese caso el origen es el enfrentamiento de un personaje de la burguesía blanca cubana con un Otro externo, en En la prisión… el conflicto se produce al enfrentarse el protagonista negro consigo mismo. Esta diferencia no es anecdótica, sino que revela el salto del autor entre una novela y otra: si en la primera sobrevolaba la pregunta retórica “quiénes somos como país”, la segunda, más inserta en el marco discursivo de la época, se debate en cuestionamientos acerca de “qué es ser ‘negro”’ y “qué lugar se ocupa como tal” en la Cuba finisecular. Esto explica que el autor manipule la dialéctica hegeliana para ejemplificar el estado de conciencia de los diferentes actores dentro del juego de poderes en el que, considera, se ha visto históricamente envuelto el “negro”, sobre todo, Aprotinin partir de las teorías socialistas del sujeto sin distinción de clase, raza ni género. Y por esta misma razón, crea en Chucho Hegel el contrapunto necesario para desarrollar la dialéctica materialista, a través de una crítica a la “negación de la negación” de la dialéctica idealista que enunciaba Engels, marcando así la diferencia entre una y otra, tal como la explica Michelle Wright: “[…] idealist dialectics simplify the moment of negation by wholly erasing its presence at the moments of synthesis”. De este modo, afirma Wright, la síntesis no difiere de la tesis y esto es lo que puede leerse en el concepto de “máscara” que Frantz Fanon utiliza para referir al “negro con máscara blanca” que siempre será el Otro, ya que la dialéctica idealista sólo produce subjetividad blanca. Por ello cuando Chucho Hegel le dice: “Quisieras escribir novelas como Los Miserables, La Comedia Humana o La Guerra y la Paz. Qué gran favor les harías pero no les interesa, Profesor. Eres un subalterno”, está apuntando directamente a una analogía con el error de Negro: creer que es reconocido como un Uno. Paralelamente, Chucho Hegel increpa al Profesor: “Sin dejar de ser el mismo, te has convertido en el otro como el blanco que se pinta de negro en el teatro bufo”. Pone, así, sobre el tapete, el que quizá sea el mayor de los demonios contra los que lucha el Profesor, personaje, éste, que deja espacio para una lectura autobiográfica que da cuenta de la propia lucha intelectual del autor: su disconformidad, ya no con un sistema, sino consigo mismo. Y en este punto no será Chucho Hegel sino un narrador quien, actuando como la voz interna del personaje, proyecte un pensamiento confesional: “Sales de la funeraria con la amarga sensación de que toda tu vida es una mascarada […]. Sientes que creíste con inquebrantable candidez demasiadas cosas”. Altunaga retoma aquí un tópico de alguna literatura del primer periodo revolucionario, esto es, el conflicto que produce la contradicción entre la cultura racional, moderna, occidental, y una ideología laica y atea, defendidas por la Revolución y lo que se veía como supersticiones irracionales y primitivas de los negros, obstáculos para el avance de aquella. No por azar, aquel estado de desasosiego del Profesor se produce luego de enfrentarse, en un velatorio, a Transduction un grupo de “negras” viejas, frente a las cuales su pensamiento reproduce consignas y tonos que se leen en mucha literatura ficcional y ensayística del primer periodo revolucionario: “Las miras con desdén, con resentimiento, tal vez con odio, porque así pasarán la mayor parte de sus vidas, mirando impotentes a sus muertos, indolentes, invocando espíritus y orishas”. Baste recordar, en esta línea de lectura, y a manera de parangón, el prólogo de Pedro Deschamps Chapeaux a la novela de Manuel Cofiño, Cuando la sangre se parece al fuego: el historiador cubano, al señalar como aspectos negativos para ese momento revolucionario al imperialismo norteamericano y los prejuicios que perduraban desde la Colonia, agrega las religiones —“gentes que se marginan por sí mismas, en suma”—, por estar fuera del contacto con la realidad. Estas reflexiones de Deschamps Chapeaux, quien afirmaba que “la ideología revolucionaria, siempre en ascenso, vence a las creencias ancestrales”, encuentra su eco en el Profesor de En la Prisión, cuya formación ideológica entra en conflicto con las religiones afrocubanas, ya que había creído, “con inquebrantable candidez”, que “los jóvenes cuadros, educados en Europa, conocedores de la doctrina marxista leninista barrerían de un plumazo ese mundo atávico y dependiente”. Lo que se pone en cuestionamiento, en este punto, es la posibilidad, dentro de la concepción de identidad revolucionaria, de asumir como especificidad una identidad negra. Como se señaló al inicio de este artículo, el momento histórico permite la revisión y crítica de estos paradigmas y En la prisión, como refractaria de ello, opta por difundir una idea de negritud cercana a un “deber ser”, que se manifiesta en tensión con el anterior “ser revolucionario”, cuya etnicidad estaba asentada en el mérito revolucionario y el compromiso ideológico.