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  • br El giro dr stico o

    2019-06-17


    El giro drástico o revelación en la voz enunciativa, produce una resignificación irónica de todo el cuento, que refuerza su carácter satírico. El tono de Florencio y sus afirmaciones contribuyen purchase ABT dar vuelta al cuadro y presentarnos en el conjunto del texto una crítica ya no solo a los vicios del académico ofendido, sino a la soberbia del escritor. Desde su propio punto de vista, Florencio se autopresenta como un triunfador: está más allá del mundo de las universidades y sus profesores, a quienes puede caricaturizar y de quienes no podría recibir agravio alguno. Después de la lectura de estas últimas líneas, la exaltación que parecía formular Silvio del escritor no es más que autoadulación y las aparentes autojustificaciones del académico no son más que la burla elaborada por el escritor, mediante el recurso de la ironía. Sin embargo, esto no diluye la crítica hacia la institución académica: ambos, institución y productor forman parte de este juego de máscaras e infidelidades del campo literario.
    Los baluartes nacionales y el autismo literario ¿En qué consiste la consagración literaria? Dada la variabilidad y complejidad en la atribución de un valor a la obra de arte, es importante considerar, como señala Pierre Bourdieu, que: La posibilidad de que esta consagración y su reconocimiento se encuentren desvinculados de la obra en sí y se concentren en su productor ha sido también planteada en el caso de los cuentos comentados hasta ahora. Sin embargo, adquiere un tratamiento radical en el cuento “Tesoro viviente”, incluido en el libro El orgasmógrafo (2001), donde se convierte en un mecanismo de poder útil a un régimen dictatorial; una vez más el absurdo está presente en la construcción del límite de la posibilidad realista. Tekendogo es un país africano gobernado por el dictador Bakuku. Amélie, una aspirante francesa a escritora, es contratada por una agencia dedicada a difundir la literatura de autores africanos en el continente europeo. Su tarea es viajar a Tekendogo y escribir sobre la literatura actual de aquel país, con la advertencia de no intervenir en ninguna actividad política (Serna 2004: 32). Esto último no será tan sencillo, como es de esperarse. Sin haber conseguido todavía ningún libro de un tesoro viviente, asiste a una ceremonia pública con motivo de la presentación de la nueva novela de uno de ellos. El espectáculo se encuentra encabezado por el dictador en persona y el lugar, resguardado por la milicia. Esta configuración recuerda las líneas de Rama para definir su famosa propuesta sobre la ciudad letrada, en el libro del mismo nombre: Sin embargo, no es el elitismo o jerarquización superior de los artistas, sino la muestra patente del estrecho lazo entre el poder político y el campo literario lo que asquea a diploid Amélie, quien expone una postura extremadamente estereotipada —claro, no exenta de idealismo, en el sentido más coloquial del término— de la exaltación de la autonomía del creador. Su interpretación es la que leemos a continuación: “el papel protagónico del dictador reflejaba su afán de legitimarse a costa de los artistas, de utilizar la cultura como una plataforma de lucimiento. […] El supuesto esplendor literario de Tekendogo lo ayudaba a mantenerse en el poder tanto como los tanques o los cañones” (Serna 2004: 48). La repugnancia de Amélie ante esta ceremonia y su anterior aprobación de las pensiones a los artistas a favor de una literatura libre del mercado van de la mano con una doble configuración crítica de la protagonista, soportada en la confrontación de perspectivas narrativas de lo narrado y de la protagonista, principio básico de la construcción irónica del texto. Por un lado, Amélie busca el reconocimiento de una obra que no cuenta con más de una línea hasta ahora. Cuestiona a sus amigos franceses por falta de disciplina, pero ella misma no logra escribir nada. En congruencia, al poco tiempo de llegar a Tekendogo ante las primeras dificultades se olvida de su tarea para enfocarse en su reciente relación con Sangoulé, su profesor de malinké, la lengua natal. Sus afirmaciones son siempre tajantes y corresponden a juicios de aprobación o desaprobación de las circunstancias. Se suma a ello una idea de literatura despojada de cualquier función social, incluso esa función comunicativa que Serna defiende rescatar en muchos de sus relatos y ensayos. Su aspiración en su escritura, como ella lo propone, es volver a esa “oscura raíz de lo inexpresable” que atribuye a Mallarmé. Una postulación del silencio y el vacío como fin último de la literatura. No es gratuito titular Alto vacío el libro que trata de escribir.