Archives

  • 2018-07
  • 2018-10
  • 2018-11
  • 2019-04
  • 2019-05
  • 2019-06
  • 2019-07
  • 2019-08
  • 2019-09
  • 2019-10
  • 2019-11
  • 2019-12
  • 2020-01
  • 2020-02
  • 2020-03
  • 2020-04
  • 2020-05
  • 2020-06
  • 2020-07
  • 2020-08
  • 2020-09
  • 2020-10
  • 2020-11
  • 2020-12
  • 2021-01
  • 2021-02
  • 2021-03
  • 2021-04
  • 2021-05
  • 2021-06
  • 2021-07
  • 2021-08
  • 2021-09
  • 2021-10
  • 2021-11
  • 2021-12
  • 2022-01
  • 2022-02
  • 2022-03
  • 2022-04
  • 2022-05
  • 2022-06
  • 2022-07
  • 2022-08
  • 2022-09
  • 2022-10
  • 2022-11
  • 2022-12
  • 2023-01
  • 2023-02
  • 2023-03
  • 2023-04
  • 2023-05
  • 2023-06
  • 2023-07
  • 2023-08
  • 2023-09
  • 2023-10
  • 2023-11
  • 2023-12
  • 2024-01
  • 2024-02
  • 2024-03
  • 2024-04
  • Es el propio C ndido quien coloca en relaci

    2019-05-14

    Es el propio Cándido quien coloca en relación lenguaje literario y lenguaje plástico, palabra y trazo. ¿Será coincidencia que lo primero que resalta en el Autorretrato de 1957 (figura 2) sean esos trazos que atraviesan la figura del pintor? Recordemos la forma en que Ramos se refiere AS-1404 su rostro lleno de “pregas”. Este término (que bien puede traducirse como arrugas) aplica al igual que en el español para designar tanto los dobleces hechos a propósito o por accidente en una tela, como las marcas que aparecen en el rostro. Resulta, entonces, que existe un problema entre el ser humano y la representación pictórica que de él se hace y que, aun en el caso de la fotografía, siempre se corre el riesgo de que el fotografiado no concuerde con lo que se observa en la impresión. Esas ambivalencias dependen de factores varios, los básicos son aquellos que se dan entre los intereses del artista y del individuo que posa (que a fin de cuentas pasa a ser un objeto desde la perspectiva del pintor); también los factores contextuales (filosóficos, políticos, religiosos, etc.) contribuyen a ese conflicto. Sin embargo, las cosas pueden complicarse cuando se incluye un tercer factor: el observador, aquél que admira, que disfruta la obra de arte, tal como apunta Brilliant en Portraiture: Esta tríada es sumamente interesante, aunque para el fin que persigo (y tal vez para algunos otros) no resulte del todo funcional. Es innegable que la apariencia real del retratado importa (yo mismo recién hice un comentario al respecto), sin embargo, ¿hasta qué punto podemos acceder a esa apariencia real?; sólo teniéndolo presente. Por lo tanto, la relación es directa entre el fruidor y la obra de arte (el retrato en este caso), ahora cabría preguntarse hasta qué punto su actitud es desinteresada. Así que podemos afirmar que un rasgo distintivo que vemos en el Autorretrato de 1957 es la preeminencia que se le ha dado a los ojos, enmarcada tanto por la curvatura de las cejas como por los lentes redondos y el tamaño y el color de los mismos; además, se debe considerar la consonancia cromática que se da entre el azul (en tres o cuatro matices) de los ojos, del rectángulo que enmarca la cabeza, de lo que parece ser una mesa en la parte inferior derecha, y el mango de uno de los pinceles que aparecen en el jarrón del sector superior derecho. Es obvio, entonces, que existe una clara intención de realzar ese aspecto del individuo. Ahora bien, este lienzo se encuadra perfectamente dentro de la tradición retratista occidental, de acuerdo con lo expuesto por Robert Schneider: Candido resalta su profesión en este lienzo a DNAase través de los atributos de la misma, así como un escritor aparecería rodeado de libros o un político (tipo de retrato en el que Portinari se especializó) por los objetos de su oficina y algún distintivo oficial que denote su rango y su cargo. Sin embargo, la conexión que se realiza entre los ojos y el pincel da para mucho más que eso, puesto que, tal como Flávio Motta dijo, el pintor de Brodósqui es “a mão que enxerga”, la mano que observa, pero no sólo que observa, sino que también percibe y adivina (cfr. Aurélio, 2004, p. 800). Vista y mano están conectadas, una lleva a la otra, la segunda materializa lo que la primera ve. Pero si la mano de Portinari “observa” eso quiere decir que no sólo es competente para captar la figura del retratado, sino también para transmitir lo que está debajo de esa exterioridad; la fisonomía es capaz de revelar el estado emocional-racional-espiritual del individuo. Schneider, Brilliant y Sérgio Miceli coinciden en señalar que existe una convergencia de intereses en el retrato, por un lado la imagen que el retratado quiere proyectar y, por otro, la que el pintor proyecta. Igualmente, Miceli señala que era costumbre de Portinari realizar ciertas “mejoras físicas” en los retratos que hacía de sus amigos. Bien que esa pudiera ser una razón, me parece que sólo explica en parte las intenciones de “Candinho”. ¿Por qué presentar un Graciliano fuerte, entero, joven cuando éste mismo se esforzaba —en cualquier ocasión— por presentar una imagen acabada de él mismo?